¿Tiene cura el TAB o Trastorno Bipolar?

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¿Me voy a curar algún día del Trastorno Bipolar?

Responder esta pregunta es fácil y difícil al mismo tiempo. Te seré sincero: yo hace mucho tiempo que no me la hago, porque hace ese mismo tiempo que el tema dejó de importarme demasiado. Pero entiendo que si hay una respuesta esta debe ser múltiple: sí, no, depende. En realidad, puedes escoger cualquiera de las tres, porque todas tienen su parte de validez (y de falsedad, claro).

Si consideras que salir de los brotes o depresiones es curarte, sigues una profilaxis adecuada y además el tiempo te acaba demostrando que has tenido la suerte de que no se te repitan nuevos episodios, la respuesta para ti será probablemente .

Si, por el contrario, crees que vas a vivir toda la vida con esa amenaza que te obliga a tomar permanentemente una medicación y además estás expuesto a episodios inesperados, supongo que tu respuesta sería no.

Por último, si piensas que esta enfermedad, aunque crónica, tiene fases importantes de inactividad en las que puedes vivir con normalidad e incluso relativamente despreocupado, entiendo que tu respuesta más probable sería depende.

Si quieres saber lo que pienso realmente —ya que, como te he dicho, hace mucho tiempo que esta cuestión no me preocupa porque no me daña ni supone un ataque a mi optimismo ni a mi autoestima— es que no. Y es que me parece un error olvidar que el trastorno bipolar es una enfermedad crónica, lo cual en esencia significa que a día de hoy no tiene cura. Prefiero afrontar esta realidad mirándola a los ojos. De alguna manera, ello me ayuda a estar alerta y tranquilo al mismo tiempo, siendo consciente de que la enfermedad puede atacarme de nuevo, pero también de que tengo defensas para afrontarla. De este modo, este pensamiento no condiciona mi entusiasmo ni mi calidad de vida. Me limito a ser precavido y a asumir mi futuro cualquiera que este sea.

Sin embargo, mi actitud no fue siempre la misma. Durante muchos años tuve un psiquiatra —y conste que es un buen profesional— que se negó a darme un diagnóstico porque no quería que yo mismo me «encasillara». Qué tontería más gorda. Cuánto tiempo habría ganado si me hubiera podido «encasillar», como él decía —aunque él se refería al «encasillamiento» con tintes negativos—, en vez de estar elucubrando sobre lo que me pasaba. Al final lo «adiviné» por mí mismo, pero perdí un tiempo precioso que me habría servido para obtener una información fantástica.

Pero el hecho es que finalmente a base de leer conocí mi diagnóstico y entonces me dediqué a absorber —aunque sin obsesionarme, la verdad— toda la información que pude. Lo que ocurrió al hacer esto quizás resulte paradójico, pero a medida que profundizaba en el conocimiento de la enfermedad me fui sintiendo más tranquilo. Y es que, como dijo Jesús de Nazaret (y no lo digo en plan meapilas, pero es así): «La verdad os hará libres».

Hoy día mi actitud hacia el trastorno es de absoluta aceptación (que no resignación). Por supuesto, me tomo mi medicación (no dejo de insistir en la importancia de esto, porque hay demasiados bipolares que se saltan esta prescripción, sin duda la más importante) e intento estar vigilante ante cualquier síntoma sospechoso. Y si por desgracia me sorprendiera un nuevo brote, qué le voy a hacer, lo sufriré, me aguantaré y me levantaré de nuevo… otra vez más.

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16 comentarios
  1. Javier Castro 09/06/2022

    …pues sí. Así es: el TAB se acepta, o se sobrelleva, o se soporta. Como mucho eso. Nunca se cura. No se soluciona. Ni se supera. Así creo que es. Así lo pienso. Así lo sospecho. Así lo he evidenciado y aprehendido despues de veinte años…

    Yo estoy harto de esa aceptación pragmática, o de esa «sobrellevancia» vital, o de ese aguante existencial. El TAB cala todos esos planos del ser humano. Y es agobiante y angustioso. Estoy harto y quiero, más que curarme, superarlo por medio de la comprensión. He leído muchos textos. Mejor dicho: he mal-leído textos de psiquiatría y pensamiento. Con esas malas lecturas, maniacas y depresivas, he querido empoderarme y salir de tal padecimiento. Pero ha sido inútil.

    Yo también me siento tripolar: La irritada euforia que tanto irrita a los demás, la que te das como oportunidad de estar-siendo entre los demás; la honda depresión en la que te hundes, quizá como corrección a esa euforia; y la adecuada congruente y consensuada eutimia que la medicación te dispensa. Todas ellas consecuencia de una destemplanza anímica congénita que no puedo superar, ni trascender, ni salvarme de ella. Una destemplanza delirante que padezco íntimamente, que me presenta «éticamente» ante/con/entre los otros y que me constituye fisiológicamente.

    Ay, el trastornado bipolar como inquiriente en búsqueda del temple de ánimo fundamental que le permita sentir que está-siendo de verdad. Ay, su alocada búsqueda de la autenticidad y apropiación.

    La verdad, a lo largo de 3000 años de historia, ha sido considerada seguridad-confianza (emunah hebrea), claridad-desvelamiento (aletheia presocrática), verosimilitud-evidencia (homouosis platónica), veracidad-rigor (veritas romana), adecuación (adaequatio de Tomás de Aquino), rectitud, ens realissimum (de Kant a los idealistas alemanes), coherencia, correspondencia, consenso, apertura (según propone Heidegger) y hasta como utilidad (Bentham).

    Por tanto, podríamos conjeturar que sentirse de verdad y encontrarse templado es sentirse seguro y confiado. Y sentirse claro y des-velado. Y sentirse riguroso y veraz. Y sentirse adecuado. Y sentirse real. Y sentirse razonable, y sentirse razonablemente real, y realmente razonable. Y sentirse correcto. Y sentirse correspondido. Y sentirse congruente. Y sentirse coherente. Y sentirse consensuado. Y sentirse útil. Y sentirse abierto y desplegado.

    Sentirse de mentira y vagar inmerso bajo el embargo y el error del temple delirante es vivir bajo la inseguridad y la desconfianza. Es vivir con confusión turbidez y embrozamiento. Significa la pusilanimidad. La inadecuación. La incorrección. La no correspondencia. La incongruencia. La incoherencia. El sin consenso. La inutilidad. La cerrazón y el repliegue ensimismados.

    Ay, ese descolocado loco inquiriente y su búsqueda de un temple de ánimo fundamental que le permita vivir de modo verdadero, y la destemplanza psicopatológica congénita que le impide autorrealizarse por-entre las fábulas del mundo, gobernar sus afectos según los dramas de la vida, dignificarse ante la sátira de la nada, apropiarse tras el devenir del ser y constituirse bajo la comedia de lo divino… Qué aporía. Una paradoja que no logra resolver con su precaria lógica el loco.

    Así lo siento yo…

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  2. Carlos 10/06/2022

    Hola, Javier.
    Muchas, muchísimas gracias por tu aporte.
    Tu comentario me parece tan inteligente y acertado que no quiero enturbiarlo con mis palabras.
    Un fuerte abrazo.

    Responder
    • Javier Castro 10/06/2022

      Gracias Carlos. Eres muy amable conmigo.

      …yo te felicito por el blog. Es muy completo. Y abierto. No sé cómo has podido crear algo así tan ordenado y organizado, esto es, no sé cómo puedes vencer los episodios de astenia, abulia y apatía en los que te sumerge el TAB…

      Yo ya no tengo fuerzas, ni voluntad, ni ganas para proyectar nada. Carezco de todo ímpetu e intención por iniciar proyectos a medio y largo plazo. Soy incapaz de dar sentido y rumbo a lo comenzado. Y menos aún puedo finalizarlo.

      Por eso te felicito: ¡Adelante, sigue así!

      Hasta la próxima.

      Un cordial saludo.

      Responder
  3. Carlos 10/06/2022

    Hola de nuevo, Javier.
    ¿Me permites que crea en la idea de que seguro que existe un tratamiento más adecuado para ti que el que ahora tienes (sea el que sea el que ahora tengas) y que con él probablemente mejorarías?
    No voy a insistir, obviamente tú te conoces mejor que yo y no pretendo ir de salvapatrias. Pero quiero recordarte que la posibilidad de mejora existe y es real y, sobre todo, eso que sabes de sobra: que el TAB no es un trastorno de la inteligencia, sino del ánimo.
    Un abrazo.

    Responder
  4. Javier Castro 11/06/2022

    Hola Carlos:

    Puede ser que, después de veintidós años de historial médico, aún no hayan dado con la tecla adecuada para mi caso. Sí. No hay que perder la esperanza y la ilusión, supongo… Pero, no sé, lo dudo. A estas alturas de la cuestión es raro que no hayan encontrado ya la situación neurológica óptima para mí. La que tengo ahora. Una sufrida eutimia sub-depresiva que es crítica con los episodios de manía y que reprime, o inhibe, los latidos de cierto humor delirante persistente.

    Durante los primeros seis años mi diagnóstico fue esquizofrenia. Luego cambió a trastorno bipolar sin especificar la etiqueta concreta. Y hace tres años, cuando ya el psiquiatra me dio por desahuciado y me mandó a los servicios de la trabajadora social para que solicitase la incapacidad laboral, el diagnóstico se concretó en TAB tipo II.

    A veces pienso que los episodios de abulia, apatía y astenia que me asolan tienen que ver más con mi carácter pesimista y derrotado que con el TAB, o que con esa eutimia sub-depresiva que soluciona mis errores.

    En fin: Te confieso que estoy muy dolido, y resentido. El temple delirante, o el humor delirante, que me ha diagnosticado el psiquiatra me condena a la irrealización pragmática de mi individualidad, a la obsolescencia y a la inutilidad (ya no puedo desarrollarme profesionalmente como ingeniero); a la des-gobernanza vital de mis afectos, al abandono y al aislamiento (ya no tengo ascendencia que me cobije y a la que cuidar, ni descendencia que me alegre y a la que ilusionar, ni pareja que me acompañe, ni amistades que me apoyen, ni colegas que me enriquezcan, ni vecinos que se me asemejen); a la indignidad de mi humanidad, a un olvido existencial que me aterra (soy un acobardado ante la posibilidad de elegir fatídicamente la muerte como una opción que soluciona mi existencia); a la inautenticidad e impropiedad, a una ausencia ontológica que está instalada entre las cosas sin más voluntad ni decisión (ando perdido entre elucubraciones insustanciales, rumias depresivas o maquinaciones maniacas que me impiden reflexionar sobre mi mismidad, su proyecto y su devenir); y al “deslavazamiento” de mi subjetividad, a la disgregación de mi yo en el éter de ese temple delirante.

    Yo estoy harto de esa aceptación pragmática, o de esa «sobrellevancia» vital, o de ese aguante existencial. Ya no resisto más. Ya no puedo insistir en persistir. Y por eso desisto: Desisto de querer perseguir una realización pragmática (soy un individuo obsoleto). Desisto ya de querer gobernar mis afectos resueltamente (soy una persona abandonada). Desisto de dignificar mi existencia (soy un ser humano olvidado ante la sátira de la nada). Desisto de autentificar mi ser-ahí (me encuentro ausente en una experiencia de mundo hostil, que no me hospeda, que no me guarda, que no me custodia). Desisto que intentar hilvanar la trascendencia de mi subjetividad.

    Lo dicho: esto de lo que hablo no va a ser culpa del TAB, ni de la eutimia sub-depresiva como estado óptimo que resuelve mis cuitas y azogues, sino de mi carácter derrotado y pesimista…

    Estoy muy dolido porque estoy hecho añicos por culpa de ese humor delirante persistente que aflora una y otra vez a la superficie de mi presencia, que brota una y otra vez como una mala hierba desde el fondo de mi ser, que aparece irremediablemente en cada acto de conciencia. Y debo asumir que estoy acabado, y, así, completamente desarmado, intentar sobreponerme a ello desde tal indefensión y pasividad. Sólo puedo responder a dicho asedio delirante desde determinado resentimiento “intelectualoide”, desde cierta reactividad agresiva e impotente dirigida hacia las teorías psiquiátricas que me describen y que me condenan a la aceptación, a la “conllevancia” y al aguante del TAB. Qué ingenuidad tan prepotente la mía, ¿no crees? O qué prepotencia tan ingenua la mía: Un vano remedio inútil con el que pretendo disolver ese humor delirante que me abarca apoyándome en una simulada y ortopédica templanza anímica que es constructo de mi entendimiento trasroscado y de mi mustia voluntad.

    Pero cuáles son esos temples de ánimo fundamentales del sentido común, de la inteligencia, a los que me refiero, los que intento imitar y hacer míos, con los que el ser humano se sostiene más que (se) aprehende cognitivamente. Muchos de ellos, dice la filosofía, son hijos del Asombro: la Perplejidad con la que Sócrates asume como oportunidad de ser que sólo sabe que nada sabe; el Maravillamiento desde el que Aristóteles nos invita a conocer(nos); el Anonadamiento con el que maestro Eckhart propone despojarnos de ese ensimismamiento exigente que nos empuja a tener que llegar a ser; el Entusiasmo con el que Spinoza concibe la divinidad de la naturaleza y/o la naturaleza de lo divino; y el Espanto y el Recato heideggerianos, los que conducen a la Serenidad, con los que hacer aparecer y dejar mostrar la apropiación del dasein, más que instalándose entre los entramados de las cosas y cosificaciones, habitando la reserva del ser.

    Por desgracia, como digo, ninguna de esas templanzas anímicas fundamentales está a mi alcance. No he conseguido encontrarme así nunca a causa del humor delirante que me asedia, o que me conforma. Sin embargo…

    …cuáles son los temples delirantes que sufren, presentan y constituyen al trastornado: O tras la desazonada búsqueda del temple de ánimo fundamental con el que el trastornado quiere sentir que puede vivir de verdad. Quizá el maravillamiento aristotélico sea un sentimiento típico del animal racional que siente que está presente por-entre un todo razonable y absoluto que hay. Y tal vez esa capacidad para maravillarse tenga una versión psicopatológica: La del eufórico deslumbramiento maníaco. La dubitativa perplejidad socrática es un desconcierto característico de la persona que intuye que está-siendo entre las cosas de lo dado. Tal vez el paranoico padezca un aturdimiento desde el que está entre las cosas de modo desconfiado e inseguro. El anonadamiento eckhartiano es una turbación propia del individuo que interpreta que meramente sucede ante la nada que se le aparece, o que surge en su pensamiento, o que empapa su existencia. Tal vez la negación y vaciamiento en los que se sumerge el depresivo deriven del anonadamiento que Frankl trata que aborden sus pacientes. Y quizá el exuberante entusiasmo spinoziano configure la destemplanza delirante que define el encantamiento parafrénico que describe Henri Ey. Y el espanto y el recato heideggerianos suponen el estremecimiento propio del ser-ahí que decide devenir tras el ser. Quizá la conmoción y la extrañeza en la que habita el esquizofrénico, la que describió Klaus Conrad en “La esquizofrenia incipiente” sean una versión trasroscada de aquel espanto y de aquel recato.

    Rasgos de estos asombros trasroscados, de estas destemplanzas delirantes, los he padecido durante los últimos veintidós años…

    La búsqueda de cierta serenidad de ánimo como cura para toda esa amalgama de asombros patológicos se hace ineludible. La búsqueda fisiológica, o bioquímica, o neurológica parece insuficiente. Una búsqueda que sólo corrija la actitud y la conducta resulta escasa para saber-estar entre los demás. Una búsqueda que estimule lo práctico-útil ya no es posible en mi caso, mi emancipación es imposible, el diagnóstico psiquiátrico hace de mí un desahuciado incapaz de afrontar la realidad. Una búsqueda que dé sentido vital me resulta inabordable desde la pobre afectividad que practico…

    Ay, tener que aceptar, sobrellevar y soportar esa ineludible destemplanza delirante: Me conformo con alcanzar cierto estado de serenidad que me consuele, que me regocije, que me sosiegue, que me plazca, que me alivie. A pesar de la ineludible destemplanza delirante. Ésa es mi lucha, mi odisea, mi panacea. Alcanzar cierta serenidad de ánimo desde el desistimiento, desde la pasividad, desde cierta rendición, desde cierta renuncia…

    Te pido disculpas por la extensión del texto, Carlos. No tienes por qué publicarlo si así lo consideras oportuno. Siento que soy incapaz de reprimir esa destemplanza delirante “intelectualoide” en mi habla y que estoy abusando de tu hospitalidad. Un saludo y gracias por tu atención.

    Responder
  5. Carlos 11/06/2022

    Hola, Javier.
    Yo plantearía la discusión (en el sentido etimológico del término, se entiende: «Examinar atenta y particularmente una materia») desde otro punto de vista radicalmente distinto.
    Si me permites, Javier, creo que, figuradamente, «te has vuelto loco» y, sobre todo, lo que es lo más frecuente y mucho más dañino, una serie de profesionales ineficientes «te han vuelto loco» en ese largo periplo que ha conformado tu desequilibrio.
    Pero tú no eres «eso» que describes, lo que ocurre es que has acabado creyéndotelo. El TAB es un mal amigo (y si además empezaste por intentar aceptar una presunta esquizofrenia por falsa que fuera, madre mía…), de forma que el estigma acabó calando en ti como un herpes. Es como en el vudú: el afectado se siente rodeado y teme que lo maten, pero en realidad nadie le toca y él muere víctima de su propio miedo. Y tu entorno, Javier… No me parece ver que te hayas movido ni te muevas precisamente en un ambiente estimulante. Si a eso le añades un planteamiento hipercrítico hacia ti sustentado en unos conocimientos eruditos, sí, pero genéricos, especulativos y de los cuales haces una lectura autodestructiva… En esas condiciones, eres como una máquina que se mueve girando en vacío gastando combustible y generando su propio desgaste.
    Perdóname que sea tan atrevido, Javier, pero yo me trataría a mí mismo de otra forma. Eres un estudioso: ¿Por qué no olvidas esa «filosofía aplicada» (dicho con todo el respeto) que tan bien conoces pero tanto te martiriza y vuelcas tu aprendizaje en estudios científicos sobre el cerebro y su plasticidad, con los cuales sin duda llegarás a darte cuenta —tú que además eres ingeniero— de que aunque estés trabajando en plasticidad y a lo mejor parte de tus «deformaciones» sean permanentes (cosa que yo particularmente no asumo) estás muy lejos de alcanzar el punto de rotura y eres alguien mucho más «normal« de lo que te estás considerando?
    En esto sí que me mojo, Javier, y estoy convencido de que no eres un «trastornado bipolar», sino que sufres un «trastorno bipolar», aunque ambos seamos conscientes, en principio, de su cronicidad. La diferencia es obvia: no acepto que tengas algo así como una «esencia bipolar» que sea la base de tu constitución, aunque no desdeño ni el poder de la genética ni mucho menos el del brutal estrés que seguro que has sufrido y sigues sufriendo, aunque ahora quizá ya no lo reconozcas porque tome esa forma insidiosa de abulia que por momentos pueda resultar inflamable.
    Estoy convencido, Javier, de que tienes un 95% de estigma y un 5% de trastorno bipolar. Y adivino que es tu soledad la que te sume en esa autocompasión (y perdóname) que a su vez te lleva a una «autoanulación» que tan solo esconde la rabia y la impotencia de que nadie te escuche de verdad, de que nadie intente comprenderte cabalmente. Precisamente porque tendrías tanto que decir que probablemente tu discurso silenciaría a muchas personas para el resto de su vida.

    Responder
  6. Javier Castro 12/06/2022

    Hola Carlos:

    Ah, poder silenciar, con mi elaborado discurso trasroscado, a los psiquiatras y psicólogos que me han tratado, y sentenciado, y finiquitado… Suena bien. Cuántas veces me habré ejercitado en algo así, siempre, claro está, sin que me abandonara mi humor delirante…

    Mi entorno era bueno, Carlos. Apacible. El de un pequeño pueblo sin muchas oportunidades y estímulos, eso sí. Pero lleno del amor y de la ilusión de unos padres por sus hijos. Repleto de amistades y complicidades, de sueños y divertimentos. Ha sido el TAB lo que me ha aislado de todos ellos. O tal vez haya sido yo, avergonzado de tener que soportar el TAB… Mis amigos han madurado y prosperado. Y también han cambiado su perspectiva acerca de mí por otra más resignada, aunque distante, y condescendiente. Y yo me he quedado estancado sintiéndome culpable e inhabilitado. Obsoleto e incapaz de una emancipación. Enredado en una afectividad entre extravagante y pobre. Acobardado ante rumiaciones suicidas. Incapaz de una apropiación de mis circunstancias desde las que empoderarme…

    Llevas razón al verme como una persona que no se trata demasiado bien a sí mismo y que se envuelve en una autocompasión que, aunque le consuele, le aísla y le saca de quicio. Quizá lo que quiero provocar es cierta compasión en el diagnóstico psiquiátrico que vaya más allá de la receta, la cura de sueño y las palmaditas en la espalda. Es una acción propia de un camicace, sí. Quiero provocarles una compasión que me tenga en consideración. La que no me condene a la obsolescencia, al abandono, al olvido a la ausencia y a la disgregación. Creo que no se dan cuenta del daño que hacen con sus descripciones y diagnosis sentenciosas.

    El 95% de estigma. Puede ser que así sea, sí: 0% de esencia bipolar, un 5% de circunstancia y un 95% de estigma, de marca, de señal, de huella, de signo, de traza, de mancha… La pregunta sería quiénes provocan el estigma. ¿Uno mismo desde su empobrecida mismidad provoca su propia mancha?, ¿las instituciones médicas que se encargan de curar “el temita” provocan la etiqueta o marca?, ¿las instituciones sociales con sus resignadas soluciones provocan tal signo?, ¿las administraciones políticas que legislan sobre salud mental promueven dicha traza?, ¿los entornos paisajes y claros en los que se va a sub-desarrollar el estigmatizado provocan la señal (y el señalamiento)?, ¿o la sociedad en su conjunto?, ¿la historia provoca tal huella?, ¿o las costumbres folklores y culturas?, ¿o la lógica humana?, … Sí, ahora me estoy dando cuenta de que vencer todas esas estigmatizaciones es una tarea quimérica para el que sufre un trastorno bipolar, para el que es presentado como trastornado bipolar y para el que constituyen como “de esencia bipolar”.

    0% de esencia bipolar. 5% de circunstancia o padecimiento. 30% de esteidad (o señalamiento). Y el resto de huella (o quiddidad). Sí. Me gusta. Me convence tu argumentación y así la hago mía. Circunstancia, haecceitas (o esteidad), esencia y quiddidad. Ortega y Gasset, Duns Scoto, Tomás de Aquino y Heidegger socorriendo mi physis, mi ethos y mi pathos. Me gusta. Y es que necesito sentir que, desde la filosofía, obtengo aliento para abordar y afrontar el TAB. Me dices que desde las esperanzadas proyecciones de la ciencia intente formarme un juicio sobre lo que me pasa, lo que me presenta y lo que soy. Prefiero la filosofía, considero que es menos exigente e invasiva. Lo de que me implanten chips que me corrijan de punta a punta me asusta mucho.

    Lo que me martiriza no es esa aplicación que hago de la filosofía sino esa efectividad positivista que me describe como trasroscado desahuciado e incapacitado. La interpretación que hago de mí a través de mis malas lecturas de la filosofía supone…, no sé. No sé cómo vencer esa efectividad que me obliga a corregirme continuamente. Estoy completamente desarmado frente a ella. Es demasiado poderosa. Decirte, al hilo de los porcentajes de esencia padecimiento y estigmatización, que esa efectividad positivista no se conforma con incidir sobre la circunstancia que padezco, sino que se empeña en señalar mi esteidad y presencia de una forma que me posterga a la inadecuación, a la incongruencia y a la incoherencia, que se atreve a manchar mi esencia condenándome a tener que ser de una condición insalvable e insuperable, y que amaga hasta con hacer huella sobre las potencialidades de mi inquiriente quiddidad, de mi oportunidad de ser. Definitivamente el [0/5/95]% del que me has hablado me ha abierto, a pesar de mi destemplanza delirante, un nuevo sentido, una nueva perspectiva, un nuevo horizonte desde los que acometer una crítica, o una explicación, a lo que padezco, a lo que me presenta, a lo que me configura y a lo que me abre (o (en-)cierra)…

    Un abrazo Carlos. Y muchas gracias por tu atención, por tu interpretación del asunto, por tus consejos, complicidades y guiños. Te lo agradezco mucho. De verdad.

    Responder
  7. Carlos 13/06/2022

    Hola, Javier.
    Yo no puedo estar a tu altura intelectual, ni lo pretendo. Lo que sí sé es que tu mente hace mucho tiempo que dejó de ser tu amiga. Buscó otros aliados externos y les confirió más relevancia que a ti mismo, relegándote a ti a un rincón de tu conciencia.
    Si yo te invito a que te aventures a buscar en el cerebro, no te estoy hablando de chips (u otras formas biomédicas de tratamiento, que ya las habrá), te hablo de nuevas formas de pensar que te lleven a su vez a nuevas formas de actuar y de vivir porque, en definitiva, de eso y no de otra cosa se trata.
    llevas mucho tiempo escuchándote, repitiéndote la misma cantinela, cronificando más allá de lo razonable la cronicidad del trastorno, convirtiendo en inevitable lo que es tan solo posible.
    Te lanzo el ¡Sapere aude! kantiano. Sal de ese charco infecto que se ha convertido en tu zona de confort y salta a ese nuevo mundo que puedes crear con la fuerza de tu mente.
    ¿Crees que me he vuelto loco y que te estoy hablando de fantasía o de ciencia-ficción? Te equivocas. Te aseguro que soy un ser absolutamente material, que huyo de lo mágico y que detesto los mensajes buenistas del tipo «Tú puedes hacer todo lo que te propongas». Pero tú, concretamente tú, Javier, eres un privilegiado y para ti la tarea es relativamente fácil: Te invito a que remodeles tu cerebro, a que dejes de recorrer las viejas carreteras y a que te lances a la construcción de nuevas autopistas que te lleven a respirar aires nuevos.
    Te debes estar riendo de mí en este momento. Lo entendería y, desde luego, no me importaría. Y es que mi acción ya ha tenido éxito: he conseguido que me leyeras y con eso he puesto el primer mojón de una de esas nuevas vías que te invito a crear y a transitar en un futuro no muy lejano.
    Un abrazo.

    Responder
  8. Javier Castro 13/06/2022

    Hola Carlos:

    Mi altura intelectual no es tal. Es más bien una hondura en la que me hundo y refugio, por la que me retraigo, con la que me oculto de las exigencias e imperativos que nos impelen a ser y a seguir-siendo, bajo la que me conformo y compongo, y a través de la cual quiero desistir de insistir por persistir…Ojalá fuese altura intelectual desde la que otearlo todo objetiva activa y resueltamente, otra vida, de éxito, tendría. Ah, el querer-sentirse uno triunfante, ¿es un rescoldo de la manía?, ¿es una nostalgia de la melancolía?, ¿es la íntima esperanza de la eutimia? Como solución a tales rescoldos, nostalgias e ilusas esperanzas yo opto por desistir, por dejar mostrar mis flaquezas cuitas e impotencias… ya sé que hacer algo así resulta un tanto impúdico. Son tiempos de los manuales de una gallarda resistencia higiénica y aséptica que nos pone a salvo de la tentación de exhibir las vergüenzas del que opta por, más del que decide, desistir.

    «Tú puedes hacer todo lo que te propongas» no sólo es un mensaje buenista que viene de fuera, sino que también es el horroroso mensaje con el que aflora el delirio maniaco que, dicen, viene de dentro. De qué dentro, me pregunto yo irónicamente, para evitar la responsabilidad de que el delirio lo genere yo por mí mismo y desde mis mecanismos neuroquímico-biológicos y con mis costumbres impotencias e indecisiones y bajo las circunstancias, cosmovisiones, paradigmas y mundanidades en l@s que me encuentro arrojado, o instalado, o impreso, o señalado, o divulgado, o pregonado… Ah, desde qué profundo dentro me dice la voz que «Tú puedes hacer todo lo que te propongas»: ¿desde el profundo dentro-centro de mi ensimismamiento?, ¿desde el de los entornos en los que me encuentro perdido?, ¿desde el de las buenas costumbres?, ¿desde el de la cultura?, ¿desde el de la historia de la locura?, ¿desde el de la lógica humana? ¿Desde qué dentro-centro viene esa voz?

    El “Atrévete a saber” de Kant creo que resulta insuficiente, Carlos. Tú te refieres más bien al “atrévete a sentir sin complejos (a pesar de esa afectividad bipolar)”, y al “atrévete a creer (de un modo nuevo)”, y al “atrévete a pensar[te] (lejos de la rumia y la maquinación)”, y al “atrévete a poder-ser (de la voluntad, de la iniciativa y de la decisión)”, y al “atrévete a querer-llegar-a-ser (con el que ya Píndaro nos retaba a realizarnos a cuidarnos y a gobernarnos)”, y al “atrévete a esperar de ti (con el que no perder la esperanza)”. Casi nada. Demasiados arrestos y arrojos para el que chapotea en su hondo desistimiento, plagado de abulias, anhedonias y astenias de las que no se puede deshacer, en el que no consigue habitar ni hospedarse, sino en el que se instala expropiado pero aliviado de esas exigencias a las que nos invita a afrontar dicho atrevimiento. Mi carácter derrotado, pesimista y victimista, aquel que la terapia conductual pretende corregir como mal sustantivo y esencial que ha provocado mis episodios TAB (y que no me deja estar-siendo con los otros adecuada, congruente, consensuada y coherentemente), me lo impide. Me pides demasiado. Me pides que me invite a otras formas de pensar con las que llegar a creerme de otro modo, con lo que poder sentirme mejor, con lo que llegar a ser otro más saludable, con lo que quererme más a mí mismo, con lo que pensar más abierta y resueltamente. Un círculo virtuoso que soy incapaz de poner en práctica. Yo creo que soy realista a estas alturas del cuento, no me rindo, no, sólo pretendo desistir de todas esas exigencias por llegar a ser un individuo realizado, una persona que siente que se gobierna a sí misma, un sujeto que se supera, es “auto-trascendente” y está a salvo, un ser humano digno, un ser-ahí propio y auténtico. Y que me perdonen los demás por ser tan desconsiderado para con todos los nosotros mismos de los que he formado parte. Tales exigencias me abruman muchísimo. Me provocan un estado de estupefacción rayano a la desconfiada e insegura perplejidad paranoica, o al anonadamiento depresivo, o a aquella conmoción y extrañeza esquizofrénicas…

    Siento que estoy des-encantado y des-maravillado de conocerme. Y ello supone la cura de humildad que me exige críticamente el remedio psiquiátrico y psicológico, ¿¡no!? Quizá esté ofreciendo una respuesta desorbitada a esa exigencia médica. Quizá, y lo siento por mí, aun me esté guiando por medio de esas exigencias que nos empujan a tener que llegar a ser.

    Carlos, yo no me río de los que me dan esperanza y me ofrecen un modo de trascender el TAB que no se resigne a la aceptación, a la sobre-llevancia y al aguante. Lo que sí les provoco es cierta repulsa y desesperación desde las que sienten que tienen que tomar una higiénica distancia que les haga sentir que están a salvo de ser como yo estoy ante lo que me pasa y lo que me traspasa.

    Gracias por tus ánimos, críticas, acicates, “espoleos” y zarandeos con los que sacudirme la dejadez. Sólo pretendo esmerarme en dejar de tener que llegar a ser, en dejarme llevar por cierta fluencia que no me exija constantemente tener que llegar a ser el ingeniero que proyecté ser en mi juventud, o la persona cabal que gobierna –aunque sea a jeringazos de antipsicóticos– sus humores afectos y temples, o el ser humano valiente que ha conseguido dignificarse ante la aterradora experiencia de la nada. Solo aspiro a ser un don Uno de Tantos que sucede sin pena (depresiva) ni gloria (megalomaniaca). A fin de cuentas la vida es un sencillo pasar. O, como creo que dijo John Lennon, a fin de cuentas la vida es lo que te pasa mientras estas atendiendo a esos planes por llegar a ser… No quiero más planes que me proyecten y construyan, eso ya pasó, soy demasiado mayor para ello. Ya no quiero conducirme, o dejarme llevar, por esas exigencias que no me han traído más que disgustos desilusiones y fracasos. Soy un fracasado, Carlos. El éxito no está a mi alcance ya. Después de tantos años apenas sí he logrado figurarlo en mi cabeza, ya sea como rescoldo maníaco, o como nostalgia depresiva inalcanzable, o como íntima esperanza eutímica.

    Un abrazo y gracias por tu atención cercanía y hospitalidad.

    Responder
  9. Carlos 13/06/2022

    Hola, Javier.
    En tu último comentario hablas desde la resignación, pero sobre todo desde la convicción más absolutas. Como comprenderás, esta perspectiva convertiría en absurdo por mi parte (y por cualquier parte, en realidad) entrar en disquisiciones sobre un material tan sensible como es tu propia vivencia personal.
    Sinceramente, espero que sepas capear tu situación de la mejor manera posible.
    Un abrazo y suerte.

    Responder
  10. Javier Castro 16/06/2022

    Hola Carlos. Qué tal…

    Albergo el anhelo y la ilusión, los de quien se deja llevar –aunque no sé si la esperanza del que domina y cuida su entidad, reconoce su identidad y gobierna su autentificación, creo que eso no–, de poder-capear la situación, de querer-cultivar mi presencia, de esperar-construir mi constitución y de creer en la oportunidad de ser desistiendo, sí, sí, desistiendo de esas exigencias del tener-que-seguir-siendo… ¿Has oído hablar del pensamiento débil de Vattimo, del esquizoanálisis de Deleuze y de la alteridad de Levinas? Con ellos, o con la vivencia –no sé si vitalista (o alicaída), o fenomenológica (o aparente), o historicista (o insustancial)– que tengo de esos textos, o con la experiencia pobre que he asimilado de esas malas lecturas mías, he querido trascender el TAB, pero no para alcanzar un convencimiento y resignación absolutos, sino, más bien, para lograr cierta apertura al mundo y a la vida que esa “sana” exigencia a tener que llegar a ser yo mismo me impide alcanzar. La que no me resulta nada sana. Con {“sana” exigencia} me refiero a la “sana” realización pragmática que me permite desenvolverme y emanciparme como individuo por-entre las fábulas del mundo. Me refiero también a la “sana” gobernanza afectiva que me permite desarrollarme templadamente como persona según los dramas de la vida. Me refiero incluso a la “sana” dignificación existencial de mi humanidad ante la sátira de la nada. Me refiero a la “sana” apropiación ontológica que me permite autentificarme como ser-ahí tras la tragedia del ser. Y me refiero a las “sanas” superación, trascendencia y salvación de mi subjetividad bajo la comedia de lo divino. Cinco exigencias que causan mi rechazo y renuncia, sí, mi desistimiento. Cinco exigencias que originan mi obsolescencia mi abandono mi olvido mi ausencia y mi disgregación. Cinco exigencias que me empujan a ser determinada entidad sana, a estar identificado saludablemente y a sentirme auténticamente pleno: cinco exigencias que continuamente y por todas partes me dicen que me curan. Sanidad y estar-siendo de verdad. Sanidad y la plenitud del sentirte (pragmáticamente) útil, y del (vitalmente) válido, y del (existencialmente) valeroso, y del (ontológicamente) valioso, y del (metafísicamente) agraciado.

    Por eso considero que no soy ningún ejemplo de ser saludable. Mis aptitudes y actitudes son otras. O pretendo que sean otras. Para que me alivien de esas imperiosas exigencias curativas… Por eso acudo al desistimiento que teorizaban tanto el maestro Eckhart como Martin Heidegger. No como cura, ni como solución, sino como alivio… Al final, sí, vas a llevar razón acerca de mí, Carlos, y hay cierta resignación en mí, y siempre acabo por aceptar el TAB y la obsolescencia que me provoca; y por sobrellevar sus destemplanzas desafectos y mal-humores; y por soportarlo y por aguantarme en cierto estado de crisis existencial que deriva del TAB… Así es que, sí, al final debo reconocerte que mi lucha contra el TAB no es tal. Es una rebuscada rendición que se retrae y se oculta entre barrocas frases. Te confieso que me rindo convencido de este modo: apoyado en sentencias intelectualoides y pseudo-eruditas, derivadas de esa destemplanza delirante con la que percibo, aprehendo, entiendo, interpreto y enjuicio… Insisto: he fracasado. Debo aceptarlo. Pero, ay, y después qué. Qué me cabe esperar apoyándome en el relajado anhelo y en la recatada ilusión del desistimiento, el que carece de la agónica esperanza de quien sí se entifica o se realiza y se cuida, de quien sí se identifica o se reconoce y del que sí se autentifica o decide gobernarse. En fin…, qué no sea ná.

    Hasta siempre. Un abrazo.

    Responder
  11. Carlos 17/06/2022

    Hola, Javier.
    No tengo tu cultura ni tu inteligencia y eso me impide seguir cabalmente alguno de tus razonamientos. Hay cosas que se me escapan. Es importante precisar esto.
    Me intento poner en tu punto de vista y creo que comprendo dos cosas: tu sufrimiento permanente ante un yo extraño, traicionero y enfermo (o a-normal) y tu dificultad o, si lo prefieres, ineptitud para desenvolverte ante las exigencias sociales.
    Mi querido filósofo, además de escucharla ¿que le dirías tú a una persona que se sintiera así si fueras tú el que estuviera al otro lado del hilo?
    Perdona la trampa, pero la mayéutica la exige.
    Un abrazo.

    Responder
  12. Javier Castro 19/06/2022

    Hola Carlos.

    …Pues le diría que efectivamente va por buen camino para intentar disolver esas astenia, abulia y anhedonia. Que la filosofía ayuda a disolver esos estados anímicos patológicos. Que ayuda a desmantelar el yo y a volver a conformarlo. Que tomar conciencia de ese mal residual del TAB así, de ese modo, puede ser, si no el principio del fin de tal sufrimiento derivado, sí revelador.

    Algo de eso le diría, quizá no porque fuese verdad que tal afrontamiento del problema es terapéutico y llega a sanar, sino porque él cree que, desde tales descripciones filosóficas, acomete una solución, o una esperanza, o algún alivio, o ciertos entretenimiento y evasión… Le daría una especie de placebo, supongo. O de ánimos. O de fe en sí mismo. Poco más. Aunque me doy cuenta de que con tal discurso le estaría dando la razón al loco, pero creo que no precisamente la razón de poder curar su propia locura desde la locura misma, sino la de esperar aceptarse pragmáticamente, la de querer sobrellevarse entre los demás y la de poder aguantarse por medio de esas lecturas… Algo así le argumentaría…

    …Aunque, en realidad, no sé. No sé qué le diría. Ojalá que, en mi caso, la lectura curara tanto como los antipsicóticos… Ojalá que la lectura y la buena asimilación de lo leído curasen tanto como la terapia psicológica. Pero no. Ojalá que esas lecturas proveyeran al lector de una serenidad de ánimo con la que llegar a comprender justamente su padecimiento hasta el punto de curarse a sí mismo, por sí mismo. Aunque hay que reconocer que el hecho de tomarse una pastilla o inyectarse un anti-psicótico resuelven mucho mejor el problema: son más sencillos efectivos y menos laboriosos que eso de tener que leer. Si es que el leer curase, claro.

    Supongo que conocer por medio de la lectura, o que tomar con[s]ciencia del padecimiento, te hace libre, sí, pero eso no significa que te libre o te libere de sufrir tal padecimiento. Libertad a pesar del sufrimiento. De ahí aprender a aceptarlo, a sobrellevarlo y a soportarlo, supongo. De ahí aprender que, más que animales racionales que acabamos solucionando nuestros problemas, somos homos dolientes que acabamos pacientemente apechugando con ellos… Aparece aquí la resignación y sus tragaderas, ¿¡no!? O la renuncia y la dejación que tanto me criticas… Pero quizá sean entereza e imperturbabilidad del ánimo, no sé…, las que tanto ansiamos alcanzar los afectados por el TAB. Llegar a sentirse contenido y contento es lo prioritario para el bipolar. Lejos de desparramamientos exaltados o depresivos. Luego viene lo de satisfacer las exigencias del llegar-a-ser…

    …Estoy jodido y cercado entre los episodios de abulia del TAB y la crisis existencial que se pasa a los cuarenta. Y quizá esté confundiendo sus efectos sobre mí. Quizá todos estos rollos patateros que te cuento tengan que ver más con esa crisis existencial de la mitad de la vida que con el estado residual del TAB mal-curado. Quizá tu mayéutica haya dejado mostrar, haya hecho aparecer, haya des[en]cubierto esa realidad acerca de mí: confundo estado residual del TAB y crisis existencial. Abulia y anonadamiento trasroscado: cómo diferenciarlos, cómo identificarlos, cómo arrancarlos de mi pathos, de mi ethos y de mi physis. Cómo extirparlos de mi circunstancia, de mi esteidad, de mi esencia y de mi quiddidad o apertura. El primero no lo cura el aripiprazol y el escitalopram, sino la voluntad, las ganas y el deseo; y la segunda se acomete desde la logoterapia noológica de Frankl, se aborda con la libertad de la voluntad, con la voluntad de sentido y con el sentido de la vida… La abulia se supera con una determinación que debo aprender a practicar, ay. Y la crisis existencial se acomete abordando esos conceptos descritos por Frankl…

    Estar ocupado en esto ¿¡es estar bien ocupado o pierdo el tiempo y me estoy dando largas de lo verdaderamente importante!? No lo sé. El psiquiatra me dijo una vez que me estaba perdiendo muchas cosas de la vida: familia, amigos, trabajo…, que estaba dejando pasar mi vida. Quizá debería intentar proyectarme y ocuparme de estos asuntos más prácticos y prosaicos, más urgentes, más concretos. Y no perderme en esas disquisiciones elevadas (o etéreas) y profundas (o hundidas) que más me entretienen y evaden de lo realmente apremiante: las exigencias de las que huyo, los trajines por tener-que-[poder-(querer)]-llegar-a-ser, las labores y trabajos por reconocerme, cuidarme y realizarme… Disquisiciones que me impiden ejecutar acciones útiles, válidas, valiosas y valerosas con las que emanciparme, gobernarme, empoderarme y apropiarme. Disquisiciones con las que se distrae mi pensamiento, entre la rumia depresiva y la maquinación maniaca, aun latentes. Quizá todas estas disquisiciones ocurrentes y patateras que te cuento, típicas de una destemplanza delirante, sean consecuencia directa de la rumia depresiva y de la maquinación maniaca, aun larvadas, que me impiden reflexionar sobre mí, certera, correcta y adecuadamente, para así lanzarme, y proyectarme, y para darme un sentido y una finalidad parecidas a las que me decía mi psiquiatra que estaba perdiéndome, o eludiendo, por culpa de tales trajines auto-analíticos acerca de mi yo, tan etéreos como hundidos, tan vanos como derrumbados.

    …que poseo un yo extrañado de sí mismo, que no se identifica consigo mismo ni en medio de los demás; que poseo un yo traicionero que no se autentifica ni conduce; que poseo un yo enfermo incapaz de entificarse, de sustanciarse…: puede ser eso, Carlos. Eso puede ser que esté siendo lo que me pasa, sí… A perro flaco, todo son pulgas: a mi flaco yo no le faltan las pulgas de la crisis existencial y las del TAB, claro está… Va a ser eso. Va a ser eso lo que se teoriza desde el paradigma o cosmovisión occidental. En ellos se fundamenta la realización del individuo, la gobernanza de la persona y la edificación del ser humano. De ahí mis prisas por huir a refugiarme en el pensamiento débil, en el esquizoanálisis y en la alteridad… Supongo que estoy acobardado y aterrado por esas exigencias del tener-que-[poder-(querer)]-llegar-a-ser… Por eso elijo desistir, y al desistir, prefiero desasirme de mi mismidad a tener que resistir con un yo fuerte que hay que reivindicar constantemente.

    Carlos, gracias por aguantarme, sobrellevarme y aceptar, una vez más, mis comentarios en tu blog. Un cordial saludo y un abrazo fuerte.

    Responder
  13. Carlos 20/06/2022

    Hola de nuevo, Javier.
    ¿Sabes por qué publico tus comentarios en el blog?
    No es, como creo que te dejo claro, porque esté de acuerdo con muchas de tus afirmaciones, ni porque comparta ciertas reflexiones tuyas y, menos aún, porque coincida con tu manera de ver la vida y, aunque no la conozco, tu forma física de encararla.
    Evidentemente no es por nada de eso. Si incluyo tus textos es por algo más sencillo pero esencial: es porque tus palabras están escritas desde el trastorno y, en gran medida, conducen al conocimiento del trastorno mismo, que es uno de los objetivos de este blog. Quien lea este hilo se encontrará con una persona compleja, sin duda (y difícil de entender por su altura cultural) pero que habla sinceramente desde los rincones más oscuros de la bipolaridad (que ya es bastante oscura per se) y que es un fruto o una consecuencia (una posibilidad cierta al menos) de este trastorno.
    Creo que leyéndote a ti más de uno podrá empatizar con tus dudas, con tus abulias, con tus miedos, con tus euforias vigiladas y, sobre todo, con el ser humano sufriente y, como diría Frankl, «en busca de sentido».
    Mi desacuerdo contigo es enorme, Javier. Pero es el desacuerdo del hermano, no del enemigo. Y es que metafórica —y quizás físicamente—, compartimos el ADN.

    Responder
  14. Javier Castro 22/06/2022

    Hola Carlos:

    Permíteme añadir entonces, para redondear mi discurso, que considero que la trascendencia de sí mismo es realización pragmática del individuo, y también es vital gobernanza personal, y dignificación existencial, y apropiación ontológica, y superación y salvación subjetivas. Qué lejos siento que está todo ello del trastornado bipolar que tengo que ser y tomar conciencia de ser; y, a la vez, que tengo que dejar de parecer y padecer. Yo siento que soy de mentira, sí: Evidencio que estoy inadecuadamente en el mundo; padezco que paso falazmente, sin rigor ni veracidad, por la vida; acuerdo que mi existencia está embozada y embrozada entre vacíos y vaciedades de la nada; establezco que, ontológicamente, estoy replegado en una falta de fundamento; y afirmo que mi subjetividad es incoherente desconfiada e insegura, está enredada por la incongruencia de las vivencias delirantes, y su experiencia está falta de consenso y corrección sociales. Y no sé si responsabilizar de tales sensaciones y sentimientos al TAB o, directamente, culparme a mí mismo.
    Obsolescencia pragmática, abandono vital, olvido existencial, ausencia ontológica y disgregación teológica: He ahí los hitos que anuncian una irremediable trascendencia frustrada. La mía. O tanto la del pobre trastornado que ansía poseerse a sí mismo hasta alcanzar la clara y abierta verdad del endiosamiento maníaco, o que rabia por desintegrarse en la segura y rigurosa verdad de la negación melancólica, como la del bienaventurado y cuerdo eutímico acomodado en la adecuada coherente congruente correcta y consensuada apropiación que le es dispensada misericordiosamente como verdad de sí mismo.

    La irrealización pragmática del individuo por-entre las fábulas del mundo, la desgobernanza de la persona según los dramas de la vida, la indignidad existencial del ser humano ante la sátira de la nada, la desapropiación ontológica del ser-ahí –que no deviene trágicamente tras el ser y meramente ocurre entre las cosas– y la condena onto[teo]sófica del sujeto bajo la comedia de lo divino: ¿Son éstos los jalones de la identidad de la mismidad del yo que tenemos que afrontar y abordar los bipolares para triunfar –ay, el triunfar– sobre ese nuestro padecer o sobre lo que nos hace aparecer ante sí mismo y ante los demás sin dejarnos mostrarnos de verdad?, ¿o son los de los que tendríamos que evadirnos, o desasirnos, para tener éxito? (Ay, el tener éxito, otra vez ese rescoldo maniaco, otra vez esa nostalgia depresiva, otra vez esa íntima esperanza eutímica.) ¿Sería el abordamiento y afrontamiento de esas marcas, de esos estigmas, de esas manchas, lo que permitiría una apropiación verdadera, que va más allá de la adecuada coherencia congruente correcta y consensuada que sostiene y tutela al eutímico, ya sea aquella una apropiación segura y confiada, o clara y descubierta, o veraz y rigurosa, o desplegada y abierta? (Ah, el trastornado bipolar que siente que es de mentira y su verdad de ser, he ahí el quid de la cuestión: con qué rasgos gnoseológicos (o estéticos, o culturales, o religiosos, o lógicos) de la verdad aparece, no su circunstancia, ni su esteidad, ni su sustancia, ni siquiera su esencia, sino cómo se despliega su quiddidad: ¿Está empírica y claramente loco? ¿Es jurídica y seguramente un desquiciado? ¿Es fenoménica y certeramente un ido? ¿Está hermenéutica y abiertamente trastornado? ¿Está racional y consensuadamente chiflado? ¿Es semiótica y congruentemente un perturbado? ¿¡Desde qué disciplina describirlo respetuosamente y solventar eficazmente sus carencias y precariedades!?)

    ¿O, tal vez, quizá, son aquellos hitos –obsolescencia pragmática, abandono vital, olvido existencial, ausencia ontológica y disgregación teológica– los que denuncian un malestar que nos acucia desde Píndaro y el Templo de Apolo? Esto es, ¿es el bipolar una apasionada víctima, un hombre sufriente que padece, de extremo a extremo, desde hace tres mil años, los embates de tal asedio oracular, el de esa exigencia que nos impele a tener-que-[poder-(querer)]-llegar-a-ser el que eres? Padel y Deleuze, e incluso Foucault, así creo que lo suscribirían…

    Ah, qué decir de esa exigencia milenaria a cuidarse a conocerse y a realizarse, la que remane desde tiempos de Píndaro, ¿es lo que configura el mundo del individuo?, ¿es lo que permite armar la vida personal?, ¿es lo que ayuda al ser humano a afrontar los vacíos de la nada?, ¿o es lo que provoca esa huída y desaparición de lo divino que consigue emanciparnos al fin como sujetos trascendentes bajo la trivialidad del cielo?, ¿es lo que funda el sentido del ser del dasein?, y cómo afecta todo ello al antes degradado y depuesto, y endiosado después y repuesto al fin, trastornado afectivo.

    Cómo sigue interpelándonos hasta hoy, con qué hostilidad y oportunidad nos requiere tal imperativo que nos lanza a tener-que-[poder-(querer)]-llegar-a-ser por el mundo, según la vida, ante la nada, bajo lo divino y tras el ser, ya estemos considerándonos pragmáticos individuos por determinar, o personas vitalistas por gobernarse, o seres humanos a edificar dignamente, o animales racionales que están por pensarse a sí mismos, o ser-ahí de horizontes apropiados por funda[menta]r, u homos patiens por salvar insertos en su panorama psico-pathos-lógico, o sujetos trascendentales por habitar en lo fronterizo, u homos viator que, en camino, acaban dotados de sentido y finalidad. Cómo interpela tal imperativo, el que nos impele a tener-que-[poder-querer)]-llegar-a-ser, al concepto de individuo y a la configuración de la persona, a la sustanciación del sujeto, a la esteidad del dasein y a la esencia del ser humano. ¿Son tales modos interpelados accesibles a la mismidad del yo del desquiciado bipolar? Ay, pobre. Yo creo que no, Carlos. Está condenado a una incompletitud apática abúlica asténica anhedónica y alógica que le impide tales accesos a la realización, al conocimiento y al cuidado de sí mismo.
    Al menos eso dicen de nosotros las teorizaciones psiquiátricas…, Ah, cómo vencer el estigma y el señalamiento de las teorizaciones psiquiátricas que se atreven a enunciar severamente hasta una sentencia condenatoria que nos en-cierra y que no se conforman con nombrarnos serenamente desde la sugerencia que nos abra a la oportunidad de ser…

    Las exigencias por la autodeterminación, cuántas luchas y odiseas inauguran en todo individuo por trascenderse, pero dónde dejan al abúlico trastornado bipolar sin ganas de pelear y bullir. Las exigencias por la autogobernanza de la persona, qué panaceas y curas elaboran y sintetizan para que toda persona se auto-contenga gustosa y gozosa lejos de la anhedonia que angustia al deprimido y de la euforia que exaltan al maniaco. Las exigencias por la dignificación del ser humano, qué quimeras y utopías hacen soñar al existente que no está inmerso ni en la apatía de la acedia melancólica ni en la fascinación de la parafrenia maníaca. Las exigencias por la autentificación del dasein, qué espacios fundan y fundamentan para la templada eutimia que no tiene que sufrir en silencio de cierta alogia incapacitante que le impide interpretar tales espacios como hábitats en los que desplegarse, más que como sitiados sitios en los que instalarse pasiva y reactivamente. Las exigencias por la superación, trascendencia y salvación del sujeto, con qué astenia y apatía nos hacen llegar a (sentir-) ser lo que somos, a todos nosotros, tantas veces derrotados y asténicos.

    Ah, Carlos, me dirás que soy un flojo por no atreverme a aceptar todas esas exigencias que llevan a ser individuo persona ser humano ser-ahí y sujeto. Pues sí, prefiero desistir y desasirme de tales imperativos y apremios. Me provocan estrés, ansiedad, angustia…

    Ah, todas esas exigencias de la trascendencia por “tener-que-[poder-(querer)]-llegar-a-ser” individuo, y persona, y ser humano, y ser-ahí, y sujeto, cómo nos encumbran maníacamente a todos alguna que otra vez, cómo nos humillan depresivamente a todos alguna que otra vez, más allá de la recta realización, y de la honesta gobernanza, y de la justa superación, y de la entera apropiación y de la sana salvación, aislándonos en la obsolescencia, en el abandono, en el olvido, en la ausencia y en la disgregación…

    …Sin embargo, este precario tomar-conciencia-de-la-enfermedad a partir de cierta revisión historicista pueril con la que presentar al bipolar como agraviado durante tres milenios tampoco permite afrontar superar y salvarse de las garras del trastorno, porque, quizás, se está tomando conciencia desde la ineludible destemplanza trasroscada y distorsionadora –que afecta a la percepción, a la comprensión, a la aprehensión y a la interpretación de lo real–; porque quizás, estoy tomando conciencia histórica desde ese humor delirante persistente que me constituye y que me diferencia –o que me etiqueta—como bipolar.

    Ay, ése es otro asunto: el de tener que caer desde la altura de la diferenciación que me distingue como maniaco-melancólico –ah, el poder-sentir la romántica y distinguida distinción espiritual que me esencia– hasta hundirme en la hondura de la etiquetación que me delata como bipolar –oh, el tener-que-padecer un potaje de neurotransmisores que anega mi cerebro que, con culpa e irresponsabilidad, me enajena y cosifica. Qué enmarañado destino es ése. Qué condena para el absorto en sí mismo que, con ello, busca la trascendencia de sí, su auto-superación, la salvación. Qué abierta afirmación espiritual y qué cerrada negación fisiológica del yo son ésas. Y qué pereza da el tener que realizar tal tránsito una y otra vez –¿¡no crees!?– cual Sísifo condenado, desde la ligera afirmación de la espiritualidad estética que alienta y bosqueja plásticamente al maniaco-melancólico hasta la insondable negación de la alienación bioquímica que abate y estructura rígidamente al bipolar…

    Y aquí, y así, acaba mi exposición acerca de cómo vivo críticamente, o de cómo critico vivamente, nuestra circunstancia, nuestro estigma, nuestra esencia y nuestra huella y apertura.

    Y, Carlos, gracias por tu hermanamiento hacia mí. Un abrazo.

    Responder
  15. Carlos 23/06/2022

    Hola, Javier.
    Expuesta y escuchada tu vivencia.
    Las que lanzas serían demasiadas preguntas para una multitud, cuánto más para un hombre solo.
    Pero son tus preguntas y solo tú puedes encontrar —si las hubiera y fueras capaz de ello— tus respuestas.
    Porque nuestra hermandad, la mía y la de cualquier otro afectado por TAB que así la sienta, difícilmente nos llevará a compartir circunstancia y huella contigo ni con nadie. Tal vez podamos tener puntos en común en la influencia del estigma, quizás reconozcamos como un aroma esa «esencia» (más bien «existencia») que en cierta forma nos une. Pero algunos al menos, entre los que me incluyo, sentimos que padecemos un trastorno bipolar, no que «somos» bipolares. Al menos a mí esta mierda no ha llegado a cosificarme.
    Un abrazo.

    Responder

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