Desconozco los caminos que conducen a las demás personas al trastorno bipolar, por lo que solo puedo hablar del mío. En todo caso, tengo la intuición de que mi ruta tiene poco de original y probablemente la hayas recorrido de forma parecida.
Te contaré que en el principio de mi trastorno estuvo la ansiedad. Una ansiedad difusa que comenzó en mi adolescencia y que fue ganando terreno progresivamente hasta minar mi seguridad. En aquellos años recorrí un rosario de psicólogos y psiquiatras sin encontrar ninguno que supiera aliviar mi situación.
La ansiedad siguió creciendo con los años y al final me condujo a los ataques de pánico, que a mi juicio son una de las cosas con las que más se puede sufrir en esta vida. Años de ataques de pánico fueron royendo mi ya precaria resistencia y me llevaron a sufrir en mi juventud un estrés que hubiera debido solucionarse con rapidez y que se prolongó innecesaria y torpemente durante demasiado tiempo. Hoy día el recuerdo de esta situación aún me llena de rabia y me pone la carne de gallina.
Con este caldo de cultivo, a los veintiocho años sufrí mi primer brote. No puedo saber a ciencia cierta si lo hubiera padecido igual en el caso de no tener el historial que para entonces tenía. Es muy probable que sí, porque creo que la carga genética que da origen a la bipolaridad es realmente muy potente, pero también es cierto que de no haber sufrido un proceso de ansiedad tan desgarrador es posible que el monstruo no hubiera despertado nunca, no puedo saberlo.
En resumen, mi impresión personal es que durante muchos años sufrí un estrés muy fuerte que debilitó mis defensas psicológicas —y probablemente también físicas— de modo que me fui transformando en un individuo con una fortaleza anímica muy mermada, lo que me convirtió en caldo de cultivo para sufrir desórdenes mayores. Y en ese contexto estaba la bipolaridad agazapada, tan solo esperando su oportunidad para salir.
Lógicamente, con estos antecedentes, hoy día le concedo una gran importancia a la ansiedad y al estrés, al mío y al de los demás. Creo que no se puede bromear con él, porque un día puede romperse la cuerda y entonces suele ser demasiado tarde. Me lo vais a oír en más de una ocasión, pero insisto: mi consejo es que, seamos bipolares o no, cuidemos nuestro nivel de estrés siempre y busquemos la forma de eliminarlo o reducirlo, porque estoy convencido de que gran parte de nuestra salud mental radica en el control de este insidioso enemigo.
ATAQUES DE PÁNICO ASOCIADOS CON EL ESTRÉS
Es muy posible que si eres bipolar y estás leyendo esto no te extrañe que escriba sobre este tema. Y es que, aunque desconozco los datos de la comorbilidad * del trastorno bipolar y los ataques de pánico, intuyo que hay una relación muy estrecha entre ambos.
En mi caso, los ataques de pánico entraron muy pronto en mi vida, mucho antes de sufrir el primer brote psicótico. Tendría unos dieciocho años y me encontraba solo en casa. Recuerdo que me fumé un porro y de repente un sudor frío me inundó, sentí que mi corazón se salía del pecho, mi pensamiento se descontroló y creí que me iba a morir. No sé si habrá una sensación peor en el mundo.
A partir de ese momento, ya sin necesidad de porros de por medio, los ataques se empezaron a repetir con cierta frecuencia. Al principio eran imprevisibles, me sucedían en cualquier momento y en cualquier situación, y después se fueron asociando a una agorafobia que fui desarrollando sin darme cuenta y que me fue encerrando progresivamente hasta confinar mi vida en un territorio cada vez más estrecho.
No me atrevo a generalizar, pero en mi caso pienso que no es en absoluto casual la relación entre mis ataques de pánico y el inicio de mi bipolaridad. No hay nada que desgaste más que un continuo estado de ansiedad, nada predispone más a una persona a sufrir cualquier trastorno psicológico. No digo que los ataques de pánico hayan sido los generadores de mi trastorno, pero sí fueron, sin duda, el detonante que sirvió para que este se evidenciara. Del mismo modo que los porros fueron, en primera instancia, el disparador de aquellos primeros ataques de pánico.

camino a la bipolaridad
A día de hoy sería exagerado decir que los ataques de pánico han desaparecido absolutamente de mi vida, pero afortunadamente lo han hecho casi del todo. Sin embargo, reconozco que me ha costado mucho y que me he tomado una buena cantidad de medicamentos indicados para el tratamiento de los trastornos de ansiedad y el pánico, que, por cierto, no me han servido para mucho más que para alimentar una falsa sensación de seguridad que, en realidad, enmascaraba mi desprotección.
Es verdad que los ataques de pánico no constituyen una patología psicológica «grave» (aunque sería difícil convencer de ello al que los sufre) y cogida a tiempo es (o debería ser, según dicen los expertos en terapia breve) fácilmente curable. Sin embargo, creo que el quebranto que suponen para la persona que los sufre es atroz. Estoy convencido de que la ansiedad (y los ataques de pánico son su expresión más pronunciada) hace un daño tremendo a la estabilidad del individuo. De hecho, muchas de las crisis de las personas bipolares siempre están asociadas de una u otra manera a alguna forma de estrés.
La conclusión que saco es sencilla: exista bipolaridad o no, es preciso considerar el estrés como un elemento desestabilizador de la persona al que hay que prestar atención inmediata. Puede que remita espontáneamente (aunque personalmente lo veo difícil) y no vaya más lejos, pero entiendo que no se debe correr ese riesgo. El estrés es el caldo de cultivo de otros trastornos mayores que quizás no aparecerían si aquel no hubiera asomado antes su cabeza. Por eso, antes de nada, empecemos por combatirlo.
*La comorbilidad es la coexistencia de dos o más enfermedades en un mismo individuo, generalmente relacionadas.