Información y datos para comprender y evitar el TAB en la sociedad
Sin duda los psiquiatras tienen amplios conocimientos y la mejor información sobre las enfermedades mentales y, en particular, sobre el trastorno bipolar. Pero, para ser sinceros, a veces parece como si les costara «soltarla». Evidentemente, este pensamiento mío es una idiotez que carece de base y tan solo es reflejo, a mi modo de ver, de que algunos profesionales parezcan más preocupados, al menos inconscientemente, de curar la enfermedad —como si fuera una cosa abstracta— que de curar al la enfermo, cuando en realidad es imposible hacer lo primero descuidando al segundo. El hecho es que la información es vital, no solo para que la maneje el profesional, sino también para el paciente y sus familiares, así como para el entorno social. Cuanto más conocimiento se tenga del TAB a cualquiera de los niveles mejor será la evolución global del trastorno, no me cabe duda.
En fin, la cosa es que el pasado día 15 de junio de 2019 salió publicado un reportaje en el suplemento de Salud del periódico ABC firmado por Érika Montañés (@montanes) titulado: El estrés, la iluminación artificial… la vida moderna dispara los casos de trastorno bipolar. Y en el cuerpo de la noticia se dice que: «El estrés y las interminables jornadas de trabajo, la iluminación artificial y el consumo de drogas están disparando su incidencia».
Llevo padeciendo el trastorno veintiocho años, que ya son unos pocos, por lo que creo que, salvo alguna imprecisión técnica, sé de lo que hablo. Pues bien, soy consciente de lo que dice Érika Montañés desde hace casi ese tiempo. Bueno, no me habría fijado en lo de la luz artificial —que por lo demás es algo también vinculado al medio laboral y a esas largas jornadas a las que alude—, pero que drogas y estrés son desencadenantes de la bipolaridad me parecen evidencias que deberían estar grabadas en letras de molde. Por mi parte, ya habrás visto que hay una entrada en este blog dedicada a cada uno de esos dos factores, a cuál más dañino.
De todas formas, aunque estas informaciones lleguen con tanto retraso y de manera desordenada a la sociedad, bienvenidas sean. El artículo de ABC, aun siendo muy conciso, recoge algunos mensajes cruciales. Bajo el encabezado «Algunos datos sobre la enfermedad» incluye el cuadro siguiente:
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La psiquiatría alerta de la gran cantidad de factores que están disparando el trastorno bipolar, como la iluminación artificial, las interminables jornadas de trabajo y el estrés.
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Las drogas y en especial el cannabis son un caso paradigmático de un factor determinante que provoca un incremento de la incidencia de esta enfermedad de salud mental.
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Un 25% de los suicidios que se producen en las sociedades modernas están vinculados con los efectos negativos de esta enfermedad y su tratamiento inexistente o erróneo.
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El retraso en el diagnóstico de esta enfermedad, sobre todo la del tipo 2, es de unos diez años.
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La enfermedad conlleva aparejados algunos elementos, como un severo problema de adicciones, a los gastos superfluos, al alcohol y el tabaco. El tabaquismo es la primera causa de mortalidad entre estos pacientes.
Hablaba del estrés y las drogas, pero el resto no es menos escalofriante. Y resulta difícil de asumir. ¿El 25% de los suicidios en nuestra sociedad son de bipolares? Creo que esta cifra es para escandalizar a cualquiera. Según datos de Wikipedia obtenidos del INE, en 2017 se produjo un total de 3.679 suicidios (2.718 hombres y 961 mujeres). ¿Hemos de pensar que una cuarta parte, es decir, aproximadamente 900 suicidios al año, tienen su origen en el TAB? ¿Se puede saber entonces por qué no se toman medidas contra esta barbaridad?
Pero, claro, teniendo en cuenta que, como dice el penúltimo punto, «El retraso en el diagnóstico de esta enfermedad, sobre todo la del tipo 2, es de unos diez años», con eso se explica todo. Es cierto que estos trastornos no son fáciles de diagnosticar, ¡pero tardar diez o doce años…!¡Y tres o cuatro diagnósticos…! Sinceramente, no me parece admisible esta cifra y creo que es una locura aceptarla sin inmutarse, es evidente que algo no se está haciendo bien. Por otra parte, hay que remarcar que en otro lugar del artículo la periodista señala que el trastorno lo sufre un 2% de la población, lo cual se traduce en que esta enfermedad la padecerían en España ¡casi un millón de personas! (700.000 según los cálculos de Érika Montañés, para el caso da un poco igual).
Las cifras dan vértigo. ¿Cómo se puede estar prestando tan poca atención a una enfermedad tan incapacitante, que hace sufrir tanto a los que la padecen y que afecta a un sector de población tan grande? No se explica. Y lo más alucinante de todo es que los pacientes estemos tan callados, qué miedo nos han metido o nos metemos nosotros mismos a manifestarnos. Claro que es cierto que a menudo tenemos mucho que perder si lo hacemos (a veces el trabajo, con frecuencia los amigos, en ocasiones la pareja), lo cual precariza aún más nuestra situación ya de por sí endeble.
Sin embargo, precisamente por eso debemos luchar. Y es que tenemos mucho que ganar. Luchemos por hacernos ver, por difundir la información sobre el trastorno, por evitar la demora en los diagnósticos, por normalizar nuestra situación, por reducir las cifras salvajes de suicidios, por ayudar a aportar soluciones para esta enfermedad que tiene una incidencia y una prevalencia (en virtud de su cronicidad) tan acusadas. Tenemos que luchar, es preciso hacerlo.