Puedes creer que no me gusta nada hablar sobre este tema, pero me temo que es necesario hacerlo. Entre otras cosas, porque sería muy parcial tratar la bipolaridad y eludir esta cuestión, tan estrechamente unida a ella. Y es que, por si no fuera suficiente la sintomatología de este trastorno para complicarnos la vida, no debemos olvidar otras de sus consecuencias directas entre las que el suicidio no es siquiera la única muestra, aunque desde luego sí la más dramática.
La OMS (Organización Mundial de la Salud) señala que el suicidio es la segunda causa de muerte entre la población joven. Y se calcula que los intentos de suicidio pueden ser unas 20 veces superior al de muertes. Por otra parte, en un post anterior, Hagamos que se enteren, recordaba la especial incidencia que tiene el suicidio entre los bipolares, aproximadamente un 25% de la cifra total (7,9 por 100.000 habitantes/año, un porcentaje que sigue creciendo), lo que como veíamos implica a día de hoy un número que supera los 900 suicidios anuales. Por último, es importante considerar también el grave impacto que deja el suicidio en el entorno de la persona fallecida: ya en el año 2000, la OMS advertía que un suicidio individual afecta íntimamente, al menos, a otras seis personas, sin tener en cuenta las consecuencias traumáticas de los intentos de suicidio.
Bajo este sombrío panorama, el pasado martes 10 de septiembre de 2019, se celebró el Día Mundial de Prevención del Suicidio. La ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social en funciones, María Luisa Carcedo, aseguró, en la inauguración de la jornada celebrada en el Ministerio con este motivo, que «el suicidio y las tentativas de suicidio constituyen uno de los mayores problemas de salud pública».
La ministra también ha dicho que «Visibilizar la realidad del suicidio y romper el tabú que todavía hay a su alrededor es una de las medidas que debemos llevar a cabo y en la que todos, en mayor o menor medida, podemos actuar» y ha afirmado que el Ministerio tiene «el firme compromiso de abordar el suicidio».
Carcedo, tras reconocer que «existe evidencia científica de que los teléfonos de ayuda tienen un impacto positivo sobre la urgencia suicida», esbozó una serie de medidas y proyectos que, según su criterio, deberían ayudar a detectar el riesgo suicida y la atención a las personas que presentan este riesgo. Para ello, abogó por una metodología participativa que incluya a comunidades autónomas, sociedades científicas y profesionales, medios de comunicación, asociaciones de prensa, y la propia sociedad civil, representada por asociaciones de usuarios y pacientes.
A la luz de estas declaraciones, es preciso reconocer que parece existir por parte del Gobierno de España una intencionalidad clara de abordar el problema del suicidio y para ello pretenden considerar los pilares básicos que deberían definir una correcta actuación al respecto:
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Identificación del problema
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Visibilización de la realidad y rotura del tabú
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Compromiso de abordaje del problema
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Reconocimiento de los éxitos de terceros (teléfonos de la esperanza)
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Participación de los diversos estamentos sociales implicados
Seamos, por tanto, optimistas. La situación actual es tan poco halagüeña que se diría que no puede empeorar mucho más. Y lo cierto es que se puede hacer mucho por revertirla. Cada uno en nuestra área podemos poner nuestro granito de arena para hacer que el suicidio deje de ser una elección para un gran número de personas, sin duda la peor elección.