Este post es especialmente personal y bastante especulativo, así que no le hagas demasiado caso, salvo que a ti te ocurra lo mismo que a mí, claro. Por otra parte, la cuestión que trato en él es bastante compleja, por lo que dudo que muchos psiquiatras me la supieran responder. Y, en este caso, debo decir que no sé hasta qué punto le daría yo más validez a sus respuestas que a las mías.
Empecemos por el principio: ¿qué es antes, el huevo o la gallina? Me explico: ¿qué provoca en primer lugar un brote?, ¿una fluctuación psicológica o una alteración orgánica? Es decir, ¿padecemos unos cambios psicológicos que alteran nuestra química o es al revés? ¿O, como piensan algunos, solo se altera nuestra química y en cuanto cesa esta alteración nuestra psicología se equilibra de nuevo?
Yo le he dado muchas vueltas a la pelota en este sentido porque, la verdad, siempre me ha tenido muy intrigado esta cuestión. No obstante, en mi caso creo que he conseguido desliar la madeja.
Mis brotes han sido por lo general fruto directo de un fuerte impacto psicológico. Y buceando un poco (porque no siempre saltaba a la vista), me he dado cuenta de que en la casi totalidad de ellos —además de otras cosas— estaba el amor por medio o, mejor dicho, el enamoramiento (a eso se debe referir la A de «afectivo» de las siglas TAB). Es decir, mis episodios maníacos han coincidido en su mayoría con la aparición de una persona que se me había metido en la cabeza (y a menudo en la vida). Por eso, he llegado a la conclusión de que, en mi caso, esta circunstancia psicológica ha resultado ser suficientemente fuerte como para provocar el desencadenamiento de los síntomas orgánicos del trastorno.
La primera pregunta que se me ocurre a raíz de esta conclusión es si hubiera desarrollado mi bipolaridad si no me hubiera dado por enamorarme de esa manera al parecer tan intensa. No tengo respuesta, desconozco si me habría encontrado con otros factores igualmente excitantes que hubieran podido desencadenar la reacción psicótica. Y, en fin, me temo que nunca llegaré a saberlo.
En cualquier caso, contestando a la pregunta inicial, mi historia me sugiere que mi psique va por delante de la enfermedad. Es decir, que aunque lleve dentro la semilla de la bipolaridad, esta no hubiera crecido si no hubiera encontrado el sustrato adecuado, lo cual habría podido suceder o no. Esta idea me da a entender que probablemente haya más bipolares en potencia (¡todavía!) de los que creemos y, del mismo modo, algunos que lo son no lo hubieran evidenciado si sus circunstancias vitales hubieran sido distintas.
En lo que a mí respecta, saco varias conclusiones: la primera, que hay que ver qué fuerza tiene el amor, incluso para las personas a las que nos cuesta reconocerlo :). La segunda es que parece que este sentimiento es, desde luego, el más capaz de desestabilizarme 🙁 y, en tercer lugar, que el amor hace que me vuelva loco ¡literalmente!, lo cual explica todas esas cosas que dicen las canciones… 🙂
Visto lo visto, creo que está claro que lo que debería hacer para mantener mi equilibrio psicológico es no volverme a enamorar. De modo que lo intentaré por todos los medios, seré frío como el hielo y no tendré ojos para el otro sexo. Lo que pasa es que, como podrás imaginar, no me creo mucho mis palabras y además pienso que la cabra siempre tira al monte, por lo que me temo que será más bien lo que Dios quiera. Eso sí, si me volviera a enamorar y lo «celebrara» con un nuevo brote, seré yo mismo quien le dé mi diagnóstico a mi psiquiatra: Trastorno «Amoroso» Bipolar.
Yo estoy dagnosticada lo vivo clandestinamente ,huyo de medicaciones que anulen momento y vivo en una montaña rusa …el amor me lo desencadena y acabo huyendo de mis relaciones amorosas saboteando las y atacando las con bombas lapa
Hola, Lucía.
Dices que «huyes de medicaciones que anulen el momento y vives en una montaña rusa». Pero, ¿por qué haces eso? Entiendo que hayas tenido mala suerte en el pasado y no te hayan recetado adecuadamente, pero hoy día hay medicamentos suficientemente buenos como para atacar las diversas fases de la enfermedad sin que «te anulen el momento» y con unos efectos secundarios aceptables.
A ver, no pretendo ni mucho menos criticarte, eres muy libre de hacer lo que quieras, ¿pero no estarás enganchándote a la euforia (desde la hipertimia a la psicosis) como si de una droga se tratara —y se trata—) porque piensas que esa es la verdadera vida, cuando en realidad es en esos casos cuando estás a merced de las circunstancias y cuando verdaderamente dejas de ser tú?
Con lo que me cuentas no me puede extrañar que te cargues las relaciones, yo también lo he hecho muy bien en el pasado y espero no repetir, porque aquellos comportamientos solo fueron pruebas de mi descontrol y de mis vivencias psicológicas ajenas a la realidad.
Y, Lucía, por favor, medícate. No sé cómo convencerte de que la medicación es tu aliada para estar bien. Es lo único que puede regular tu equilibrio psicológico, mantenerte en tu yo real y, desde luego, hacer que salgas de esa «montaña rusa» amorosa de la que en el mejor de los casos saldrás mareada y en el peor, magullada o rota.
Un abrazo fuerte, Lucía.